A continuación, el prólogo que escribió mi amigo Álvaro Ybarra Zavala para mi libro DEP Camino para morir con todo en orden.
Creo que sus palabras describen a la perfección, y debo añadir que, con muchísimo cariño y amabilidad hacia mi persona, cuál es mi propósito, y qué puedes esperar y encontrar en el libro y en la formación que facilito y que lleva el mismo nombre.
¡Gracias de corazón, amigo Álvaro!
Hay personas cuya forma de vivir descoloca cualquier prejuicio. Noelia Correa Landaluce es una de ellas.
Sorprende, y mucho, descubrir que alguien como Noelia —con esa energía desbordante, esa risa que desarma, esa mirada que convierte lo cotidiano en sagrado— haya decidido escribir sobre algo tan espinoso, tan evitado y a la vez tan definitivo como la muerte. Porque, si uno se dejara llevar por su forma de estar en el mundo, pensaría que su terreno natural son los nacimientos, los comienzos, las celebraciones. Y, sin embargo, es precisamente en su manera de vivir —llena de belleza, agradecimiento y alegría— donde uno entiende su manera de mirar la muerte: no como un final trágico o una pérdida irreparable, sino como parte inevitable, e incluso hermosa, del viaje.
Noelia no habla de la muerte como quien teoriza sobre algo lejano. Habla desde la certeza de que la muerte —la propia, la de los que amamos— está aquí, presente, en todo. Como lo está el nacimiento. Como lo está el amor. Como lo está el tiempo. La muerte, para ella, no es un enemigo, ni un castigo, ni una anomalía. Es simplemente una etapa más de esta experiencia vital que tanto celebra. Y quizás sea eso lo más revolucionario de su planteamiento: que no escribe sobre la muerte desde la tragedia, sino desde el amor. No desde el miedo, sino desde la aceptación. No desde la ausencia, sino desde la vida misma.
Porque si algo hace creíble este libro, si algo le da la fuerza que tiene, no es tanto su contenido —aunque este sea inmensamente valioso—, sino el hecho de que todo lo que en él se dice está encarnado en la propia Noelia. En cómo vive. En cómo ama. En cómo mira. En cómo abraza cada día como si fuera único. Su vida es su mejor argumento. Y eso convierte esta lectura en algo más que un libro: en una experiencia transformadora, en una invitación sincera a vivir mejor… y a morir mejor también.
Hay libros que te instruyen. Otros que te conmueven. Este, además, te acompaña.
Porque su autora ha decidido, con generosidad y coraje, tender un puente entre dos mundos que casi nunca dialogan: el de los vivos que huyen de la idea de la muerte, y el de los que, precisamente por haberla mirado de frente, saben vivir con más intensidad. Y en ese puente, Noelia te espera. No para empujarte, ni para convencerte, sino para caminar contigo. Con ternura. Con claridad. Con alegría. Como lo haría una amiga verdadera.
Este libro es muchas cosas. Es una guía práctica, sí. Pero también es una reflexión profunda. Un mapa emocional. Un espejo. Un refugio. Un acto de amor. Y como todo acto de amor, nace de una experiencia íntima, dolorosa y luminosa a partes iguales.
Entre sus páginas encontrarás cuatro ideas clave que, sin hacerle spoilers a nadie, creo importante señalar. La primera es esta: vivir implica soltar. Desde el nacimiento hasta la muerte, el viaje consiste en ir dejando atrás, en desprendernos: de objetos, de personas, de imágenes, de expectativas, de capas. Noelia lo llama desapego, y lo convierte en un camino de liberación. No se trata de renunciar por renunciar, sino de aligerar para poder vivir más plenamente. No por morbo, ni por resignación, sino por lucidez.
La segunda idea, que recorre el libro como un hilo invisible, es que la muerte es mucho más que un final; es una oportunidad de poner orden. Un acto de dignidad. Una manera de cuidar a quienes se quedan. Noelia no plantea una despedida caótica ni dolorosa, sino un cierre amoroso. Uno que se puede preparar. Uno que, si se hace bien, puede ser sereno, bello, incluso alegre. El libro está lleno de propuestas prácticas para ello: desde lo emocional a lo legal, desde lo espiritual a lo doméstico. Pero lo más importante es el espíritu con el que están escritas: con la voluntad de servir, de acompañar, de aliviar.
La tercera reflexión que atraviesa la obra es la necesidad urgente de reconciliarnos con nuestras emociones. Todas. También las que duelen. También las que incomodan. Noelia no pretende anestesiar ni maquillar el dolor. Todo lo contrario. Invita a abrazarlo, a escucharlo, a permitir que nos transforme. Porque solo desde esa honestidad emocional es posible crecer. Y morir en paz. Y, sobre todo, vivir en paz. En sus palabras hay comprensión, respeto y compasión por cada una de nuestras sombras. Y eso se agradece.
La cuarta idea clave es tal vez la más difícil y la más hermosa: aceptar que morir es un acto natural, pero no necesariamente solitario. Todos morimos solos, sí. Pero nadie debería morir en soledad. Y en ese matiz cabe todo el sentido de este libro. Noelia no pretende dar respuestas absolutas, ni recetas mágicas. Pero sí ofrece algo rarísimo y valioso: una presencia. Una compañía. Una invitación a no huir. A no dejar solos a quienes mueren. A no dejarnos solos a nosotros mismos.
Estas cuatro ideas —el desapego como libertad, la muerte como orden amoroso, la emoción como maestra y la compañía como consuelo— no son simplemente conceptos que Noelia desarrolla. Son vivencias que ha transitado. Que ha convertido en camino. Que ha puesto al servicio de los demás. Porque si algo define su manera de estar en el mundo, es esa capacidad para convertir el dolor en aprendizaje, y el aprendizaje en servicio. No por obligación, sino por una especie de vocación silenciosa y feroz de estar ahí cuando más se necesita.
Este no es un libro triste.
Es, en todo caso, un libro profundo. Un libro que no se conforma con las superficies ni con los eufemismos. Un libro que te mira a los ojos y te dice la verdad más simple y más negada: que vas a morir. Que vamos a morir. Y que prepararse para ello no es mórbido, sino sensato. Que no se trata de planificar una catástrofe, sino de ensanchar la vida.
Porque, y esto es lo que late en cada una de sus páginas, este libro no es una elegía a la muerte, sino un homenaje a la vida.
Es una defensa apasionada del presente. Una celebración de lo que somos y de lo que podemos ser si dejamos de tenerle miedo a lo inevitable. Es un canto a la autenticidad, a la alegría, al tiempo compartido. A vivir de verdad, sabiendo que el tiempo es limitado. Que los abrazos se terminan. Que los besos caducan. Que los días, incluso los más grises, están llenos de sentido si los miramos con el enfoque correcto.
Y ahí está la clave: la muerte, entendida como la plantea Noelia, no roba sentido a la vida. Se lo da. Noelia no escribe desde el lamento, ni desde la queja. Escribe desde la certeza de que todo termina, sí, pero que precisamente por eso todo importa. Que vivir con la muerte presente no es deprimirse, sino despertar. Que mirar de frente lo inevitable no te oscurece el alma, sino que te la limpia, te la ordena, te la hace más ligera.
Por eso este libro no es solo para quienes están cerca del final. Es, sobre todo, para quienes quieren empezar de nuevo. Para quienes desean poner en orden su casa, su alma, sus vínculos, su historia. Para quienes no quieren que su muerte sea un caos más. Para quienes desean, al final, poder decir: lo viví todo. Lo agradecí todo. Lo solté todo.
Este es un libro para los valientes. Para los curiosos. Para los que están cansados de vivir con miedo. Para los que aman mucho. Para los que se atreven a hacer espacio, no solo en sus estanterías, sino también en sus corazones. Es un libro sobre cómo aprender a vivir. Y, al final, eso es lo único verdaderamente importante.